7 de febrero de 2021

Bahía Blanca: el terreno de la Maleza Por José Ignacio Larreche

¿En qué pensamos cuando pensamos en Bahía Blanca?, ¿qué cosas, frases o personajes aparecen de inmediato?, ¿qué tiempos y espacios…y de quiénes? El esbozo que sigue se presta (espero que así sea) para releer esta ciudad, releerla para repensarla, repensarla para hacer una especie de justicia representacional que involucre las diversas realidades de esos poco más de 300.000 residentes que la componen. Porque, por lo menos para mí, habitar es algo más profundo que sólo residir.
Entre las misiones que persigue la Geografía Cultural se encuentra la de democratizar las voces. Este giro reciente en la disciplina busca acercarla más a su compromiso como ciencia social y, por ende, subvertir la mirada convencional de una geografía enciclopédica, obsesionada con la evidencia material y con que la totalidad de los hechos sean cartografiables. Lamentablemente, en esta tradicional forma de sustentarla se ha perdido de vista la exploración inicial y la carga simbólica que poseen esos otros paisajes humanos invisibilizados: los precarios, subterráneos, fugitivos o ansiógenos, es decir, los de la Maleza. En este sentido, cobran peso esas espacialidades (ser-estar como unidad) que se presentan fuera de la norma ya sea racial, étnica, sexo-genérica, generacional, por condición social o sexual. Ahora bien, como esta nueva geografía dialoga con su hermana la Historia, su prima la Antropología y su ex celosa la Sociología, en el ensayo se va a hacer foco en las versiones más socioculturales que atiendan a esos Otros que el discurso del progreso ha borrado o ha querido “desmalezar” en la ciudad, desde su fundación y hasta nuestros pandémicos días.
La insistencia por la supremacía regional como se puede detectar en los bautismos porteños de la “Liverpool del Sur” durante el modelo agroexportador, sumado a una población de base incierta que fue haciéndose robusta con la inmigración y los ideales de la Generación del ’80, consolidaron una imagen de Bahía Blanca desquiciada por el futuro como tiempo y espacio. Esta aspiración persistente no ha cesado ni tampoco ha dejado de afectar ni un segundo las referencias del presente. Ser una provincia autónoma, la ciudad líder del territorio norpatagónico o la capital de Buenos Aires han sido anhelos truncados, pero no vencidos ya que el futurismo se mantiene inoxidable de la mano del progreso latente a costa de un único factor: su puerto de aguas profundas y el complejo químico-industrial circundante. De hecho, la única versión de la ciudad que parece colmar las pautas oficiales o las propagandas cada cuatro años es la de ciudad-puerto. Pero, ¿qué tipo de definición es esta? ¿qué tipo de relación tiene la sociedad bahiense con su puerto? Y, ¿qué otras definiciones/versiones/imaginarios se tapan detrás de este monólogo? La verdad, creo que no hace falta hacer una encuesta sobre la indiferencia y el rechazo que, de un tiempo para acá, recibe el puerto como para ser el único elemento constructor de identidad.
Así, sutilmente, se pergeña una imagen hegemónica de Bahía Blanca desde una dimensión económica que se emplaza en su sector portuario (formar parte del Corredor Bioceánico, ser parte de la ruta de Vaca Muerta, ser una posible sede de Amazon, etc.) pero que se expande en toda la escala local transversalmente ya que, en última instancia, necesita del apoyo y los refuerzos sociales. Esto, a su vez, se sinergiza con otras fuerzas que han estado presentes en la configuración del espacio urbano vinculadas con lo religioso y lo militar que terminan por enmarañar el progreso con un nosotros problemático, usualmente perturbado por una condición de clase. En efecto, no son casuales los ecos de “conservadora”, “careta”, “chacra asfaltada”, “especial” (en el mal sentido) o los cánticos contra la “indiferencia bahiense” que irrumpen tanto en charlas cotidianas, notas de color en los medios gráficos y protestas. Lo cierto es que esto que parece tan abstracto tiene un correlato concreto que afecta de lleno a esos Otros.
El contexto geohistórico y político ha creado y recreado una representación instituyente que condiciona prácticas, y en algún punto, borra subjetividades. Lo “edificado” material, pero también inmaterialmente sobre la ciudad, hacen de la misma un terreno pantanoso, pedregoso y, muchas veces, infértil para la Maleza que, como sabemos, sobrevive a pesar de las inclemencias del tiempo y crece en las grietas o salpicadamente entre el cultivo estrella. Cada tanto, diferentes noticias locales reportan las exclusiones de gitanos, de inmigrantes latinoamericanos, de lesbianas, gays y trans y recientemente de la comunidad judía. Asimismo, la materialización del progreso avasalla los espacios y recorridos de transeúntes con veredas colonizadas por el consumo que dificultan el paso, cartelería de colores rimbombantes al lado de lugares vueltos no lugares o proyectos de cocheras que parecen desconocer (además de imponer más cemento en los pocos rincones verdes del centro) marcas de la memoria local. Esto se ve también en la pretensión de una sola idea de espacio público que parece coronar un ocio a la medida de las modas, modas muchas veces importadas que carecen de creatividad o anclaje en este nosotros funcional y conveniente sólo para algunas cosas.

Con la Maleza que intenta habitar Bahía Blanca se puede ver dramáticamente cuánto se han omitido esas otras historias, esas otras geografías de las que intencionalmente se sabe poco. ¿Cómo llegaron?, ¿cómo lxs trata la ciudad?,¿cómo se han adaptado a la misma para sobrevivir?, ¿con quienes se han aliado? O en el peor de los casos ¿por qué se fueron? La Maleza invita a despojarnos de esa imagen de ciudad acartonada e intentar buscar una mirada alternativa, aunque este desafío sea difícil y nos convoque a cada unx de quienes (¿)hacemos(?) la ciudad. Sabemos que los tiempos del cambio cultural son lentos y que precisan de continuidad en la crítica y autocrítica. A su vez, creo que la Maleza busca una identidad relacional. Bahía Blanca históricamente ha mirado a las grandes ciudades, pero muy poco a las localidades que la reconocen, la atraviesan y la hacen grande, es decir, ha sido apática a su zona de influencia (a no ser por el turismo) y a la gente que la privilegia en ese movimiento pendular ya sea por trabajo, por estudio o porque sí.

Mientras tanto será mucho más fuerte ese halo de grandeza que la pertenencia real de “sus” lugareñxs que conocemos poco pero que rápidamente prejuzgamos. Indudablemente, queda mucho de ese terruño que los pueblos originarios habían llamado Huacuvu Mapu (la ciudad del demonio) que, de la mano de esta nueva geografía, sería interesante ir desarmando.

  • ¡Compartí este post!
Share on facebook
Share on twitter
Share on whatsapp
Share on email

Posts relacionados