Viviana Beker
Segunda Parte
Las feministas se dieron cuenta de que
la caza de brujas se trataba de un fenómeno muy importante,
que había dado forma a la posición de las mujeres
en los siglos venideros,
y se identificaban con el destino de las ‘brujas’
como mujeres que fueron perseguidas
por resistirse al poder de la Iglesia y el Estado.
Silvia Federici
Situada cronológicamente en la Edad Media, quiero detenerme en el rol de la iglesia, no sólo en el intento eclesiástico de regular el comportamiento sexual, la pérdida de las mujeres sobre su poder en la función reproductiva o el holocausto que significó ese proceso de caza de brujas y disidencias, sino también en como acompaña el surgimiento del capitalismo, la inquisición, su aval a la esclavitud, siendo fundamental su rol en la colonización con su batalla por el control de los cuerpos y las creencias.
Se trata de indagar como diría Brigite Vasallo en qué momento nuestros cuerpos, nuestros deseos, nuestras redes afectivas y nuestras vidas se volvieron abyectas para dar origen a la disidencia. O hacerme la pregunta ¿es factible determinar sólo un momento?
El emperador Constantino hizo del cristianismo una religión legal en todo el Imperio. Fue el primer gobernante romano en darse cuenta de que una religión bien arraigada en el ejército podría ser muy útil para controlar el estado. Como escribe el historiador Gibbon, “Constantino juró solemnemente para comprobar una falsedad premeditada; considerarán sin reparo que, en la elección de una religión, su albedrío obró a impulsos del interés y que se valió de la Iglesia como si fuera una gradería adecuada para entronizarse sobre el Imperio” dejando entrever cuál podría ser el beneficio de la obediencia a semejante autoridad y opresión.
Es sabido que Justiniano, el más cristiano de los emperadores, dotó de los cimientos legales a la esclavitud en Europa y que luego introdujeron a nuestro continente.
Fue la Iglesia, la mayor propietaria de esclavos y defensora de la esclavitud.
Se trata de un Código, en el que se reproducen algunas leyes destinadas a perseguir a los herejes y judíos, en las que se les restringía la posesión de esclavos o se les agravaban las penas si lo eran.
“La servidumbre es una Constitución del Derecho de gentes, en virtud de la cual alguno se sujeta a dominio ajeno contra la naturaleza. Los siervos se han llamado así, porque los generales en jefe de los ejércitos no acostumbraban a matar los cautivos, sino a venderlos, y por esta causa a conservarlos; y se han llamado mancipios porque manu capiuntur; esto es: se cogen por la mano por los enemigos. Los siervos o nacen, o se hacen: nacen de nuestras esclavas ; se hacen o por derecho de conquista, eso es por el cautiverio, o por el derecho civil cuando un hombre libre mayor de 20 años permite venderse con objeto de lucrar el precio.
En la condición de los siervos no hay diferencia ninguna: entre los libres, empero hay mucha; pues son ingenuos o libertinos. La manumisión (es el nombre que recibía el proceso de liberar a un esclavo, tras lo cual se convertía en un liberto). es de muchos modos: pues o se hacen según las sagradas constituciones en las Iglesias sacrosantas, o por vindicta, o entre amigos, o por carta o en testamento, o por otra cualquier última voluntad”.
Según consta en el libro de Arthur Evans, “El cristianismo se convirtió en la religión del estado; se prohibieron todas las demás religiones. Los ricos y los poderosos se convirtieron en gran número al cristianismo y donaron vastas cantidades de dinero a la Iglesia. Los obispos fueron algo más que funcionarios religiosos; en muchas partes del Imperio, tanto en el Este como en el Oeste, absorbieron y desempeñaron las tareas de funcionarios del gobierno, generales y jueces. También se convirtieron en terratenientes de enormes estados. Por ejemplo, el obispo de Capadocia, en el siglo V, poseía casi toda la tierra de esa provincia “
Una de las diferencias, tanto con los griegos, como con los romanos que los antecedieron, es que daban cabida a distintas deidades; en cambio el cristianismo construyó una batalla para extirpar cualquier antagonismo con su deidad suprema.
Pero el tema no era exclusivamente religioso, sino político y económico, considerando que constituyó el cuerpo empresarial más potente de la sociedad, el gobierno y los mayores medios de producción.
Esta religión, que fue la estatal desde el siglo IV, es descripta por S. Federici, en su relación con las mujeres: “el clero reconoció el poder que el deseo sexual confería a las mujeres sobre los hombres y trató persistentemente de exorcizarlo identificando lo sagrado con la práctica de evitar a las mujeres y el sexo. Expulsar a las mujeres de cualquier momento de la liturgia y de la administración de los sacramentos; tratar de usurpar la mágica capacidad de dar vida de las mujeres al adoptar un atuendo femenino; hacer de la sexualidad un objeto de vergüenza… tales fueron los medios a través de los cuales una casta patriarcal intentó quebrar el poder de las mujeres y de su atracción erótica”.
El ataque no fue con exclusividad a las mujeres; como señalé con anterioridad, la herejía y la homosexualidad se volvieron tan intercambiables que quienes eran acusados de herejía trataban de demostrar su inocencia reafirmando su heterosexualidad (Evans)
En este sentido, hay una continuidad entre la caza de brujas y la persecución precedente de los herejes que, con el pretexto de imponer una ortodoxia religiosa, castigó formas específicas de subversión social. De forma significativa, la caza de brujas se desarrolló primero en las zonas donde la persecución de herejes había sido más intensa.
Son innumerables las luchas desarrolladas contra el orden que quería ser impuesto, gran parte de las cuales fueron protagonizadas por mujeres y que están descriptas en “Caliban y la bruja”.
En “Brujería y contracultura gay”, Arthur Evans, analiza ese largo y tenebroso período y afirma que la visión occidental del inconformismo sexual en tanto que “desviación”, se origina en la ortodoxia religiosa que se proyecta hoy en los psiquiatras modernos, que al adoptar esta visión, asumen, así el papel que en otros tiempos jugaban los sacerdotes y los inquisidores al reprimir el disenso.
En este punto coincide con Michel Foucault, que en una de sus clases recopiladas en el libro “Los Normales” (1975), vincula la serie de procedimientos institucionalizados de confesión de la sexualidad (la psiquiatría, el psicoanálisis, la sexología), con el desarrollado en la revelación de la sexualidad que era la confesión religiosa.
A partir del siglo VII, los manuales llamados penitenciales, comenzaron a distribuirse como guías prácticas para los confesores, son uno de los lugares privilegiados para la reconstrucción de los cánones sexuales eclesiásticos.
Esta confesión que en principio era a pedido del penitente, por lo que consideraba “pecado”, en la segunda mitad de la edad media (desde el siglo XII hasta principio del renacimiento), se constituye en la gran doctrina de la penitencia que vemos formarse en la época de los escolásticos.
Foucault, enuncia en “Historia de la Sexualidad”, que la pastoral cristiana, ha inscrito como deber fundamental llevar todo lo tocante al sexo al molino sin fin de la palabra. La prohibición de determinados vocablos, la decencia de las expresiones, todas las censuras al vocabulario podrían no ser sino dispositivos secundarios respecto de esa gran sujeción; maneras de tornarla moralmente aceptable y técnicamente útil.
También, Guy Bechtel en su libro “Las Cuatro Mujeres de Dios ”, evidencia el objetivo de los procedimientos, incluida la confesión, que aún está vigente en el culto católico: “ La iglesia jamás mató a nadie con las manos de sus sacerdotes, lo que no la hace menos responsable. Pero cuando actuaba por su cuenta, puesto que disponía de mazmorras; parece que siempre prefirió otro tipo de procedimientos, que la enorgullecían más y confirmaban en su certeza de enseñar la única religión verdadera: el reconocimiento; la confesión, la humillación, la renuncia, la abjuración, la retracción pública que exigía de los «culpables».
Retomando “Calibán y las Brujas”, no caben dudas que la Iglesia Católica proveyó el andamiaje metafísico e ideológico para la caza de brujas e instigó la persecución de las mismas de igual manera en que previamente había instigado la persecución de los herejes. Sin la Inquisición y sin los siglos de campañas misóginas de la Iglesia contra las mujeres, la caza de brujas no hubiera sido posible. Pero, al revés de lo que sugiere el estereotipo, la caza de brujas no fue sólo un producto del fanatismo papal o de las maquinaciones de la Inquisición Romana. Fue una iniciativa política (S. Federici)
Summis desiderantes affectibus (Latin para «Desear con fervor supremo»), es una bula papal relativa a la brujería emitida por el papa Inocencio VIII el 5 de diciembre de 1484 que fue escrita a pedido de Dominico Heinrich Kramer, que les otorgara mayor autoridad para perseguir la brujería en Alemania ya que existían disputas políticas, entre los sacerdotes alemanes y la Inquisición papal. Es por esto que su sentido es ratificar los poderes conferidos a Kramer para tratar la brujería. La bula reconoció la existencia de las brujas y dió aprobación a la inquisición para continuar corrigiendo, encarcelando, castigando y purificando a estas personas.
La idea del fuego como purificador ya aparece en el antiguo testamento, donde también es la mujer, la responsable de que la humanidad no herede el paraíso. Levítico 20:14: “Y en el caso donde un hombre toma a una mujer y a la madre de ella, es conducta relajada. Deben quemarlo a él y a ellas en el fuego, para que la conducta relajada no continúe en medio de ustedes”.
Sin lograr, Heinrich Kramer , el objetivo del apoyo, tres años más tarde, escribe, junto a y Jakob Sprenge el Malleus Malficarum, o Martillo de Brujas, un libro que merece un punto aparte, por lo que significó, y por lo que aún hoy significa.