María Rodriguez Bosch
Artista visual
La naturaleza ha sido y es, desde el comienzo “algo” con lo que compartimos y competimos este espacio que llamamos Tierra. Hace ya mucho tiempo que nos separamos de ella, tuvimos que dominarla, encausarla y mantenerla a raya porque si de algo estábamos seguros, era de su poder.
Tal vez por sentirnos superiores le perdimos cierto respeto y en el camino desaprendimos algo tan básico como que una cosa es satisfacer las necesidades básicas y otra muy distinta es satisfacer el mundo de los negocios, un equilibrio demasiado difícil de sostener.
El mundo natural vegetal es para mí una fuente de inspiración desde hace muchos años, cuando viviendo en medio de la ciudad la lectura sobre pintura china de “Vacío y Plenitud” ( ) y la mera observación de un malvón en una maceta cambió mi forma de percibir el mundo. En sí, esto no entraña ninguna novedad para el mundo del arte y de las personas, pues así se ha forjado nuestra relación con la naturaleza. La usamos de modelo tomando sus formas, colores y texturas, de ella nos alimentamos, obtenemos medicinas, fabricamos nuestras casas, nuestra vestimenta, nos inspiramos para hacer arte y hasta máquinas voladoras, y así infinitamente.
Para la mayor parte de nuestra especie, todo se resume a tomar, sacar, extraer, consumir y acumular. Pero, ¿y si un día es la naturaleza la que decide cortar con esta relación desigual, violenta y emprende su retirada? Qué pasaría si este prodigio de fecundidad y belleza dijese “chau, me cansé de esperar a que me sepan acompañar”. ¿Qué sucedería con la especie elegida, creada a imagen y semejanza?
En esto pensé cuando en 2017 comencé una serie de trabajos en los que las siluetas de hojas de bambú comenzaron a fragmentarse y desintegrarse, el color blanco de ausencia invadió las pinturas y se entreveró con grafismos sin sentido. Palabras sueltas, frases poéticas y de protesta abrigaban como un mantra los fragmentos de un bosque casero, intentando mitigar el daño irreparable de nuestra voracidad y egoísmo.

Las noticias sobre calentamiento global y una posible auto extinción me impulsaron a realizar estos trabajos, imaginando que podían ser útiles en un futuro en el que los seres humanos tuviesen que vivir en el penumbroso subsuelo porque ya no habría capa de ozono capaz de protegerlos. Así (pensé), sus dañados ojos podrían ver los registros de ignotas especies vegetales, la síntesis de su imagen.
Según Boris Groys ( ) vivimos no ya en la posmodernidad sino en una ultramodernidad en la que “vemos todo lo que existe y todo lo que emerge, casi automáticamente, desde la perspectiva de su imperiosa decadencia y desaparición”
Durante el 2020 algo cambió, y en un presente desconcertante nos dimos cuenta que no necesitábamos de tanto para vivir (aun cómodamente), calmamos un poco el impulso arrasador, habitamos de otra manera nuestro tiempo y en poco tiempo el cambio climático pareció haber frenado se avance.
Mientras la mayoría se intentaba adaptar y repensaba su manera de vivir, otros insistieron en que la rueda de su fortuna siga girando, aplastando a su paso toda esperanza.
Entonces, las obras sobre la ausencia y la desintegración que rezumaban melancolía por el paraíso perdido se tiñeron de negro. Negro carbón, negro de humo, carbón vegetal, huella y presencia de un ecocidio sin precedentes en nuestro país, bosques incendiados, selvas taladas, desmonte.

Todo se manifestó de forma más directa: los dibujos y las pinturas recibieron al dorado y al plateado con la certeza de poner en valor a las cosas sagradas, los papeles plegados tomaron formas orgánicas fusionándose con porciones de naturaleza misma y con trocitos de carbón que – descartados para la parrilla- hacían señas para transformarse en un “objet trouveé” ( ) y así mutar su función, intentando mantener el aura artística y poética que este tema se merece.
Ahí nomás aparecieron las plantas nativas de nuestra región, que para nada quiere volverse estéril, inerte: el palo borracho que lucha contra todo con sus espinas y su capacidad para almacenar agua, la flor de ceibo que surge de las llamas de un cuerpo de mujer originaria encarna las luchas de hoy en todo sentido, una hoja simple del jardín nos recuerda la unidad mínima que sintetiza a todo el mundo natural en peligro mortal, la semilla de un jacarandá y vaya a saber qué más.

Es un momento histórico difícil, pleno de tiranteces entre un tiempo obsoleto que termina y de otro que, habiendo nacido lucha por ser reconocido. Feminismo, veganismo, los movimientos anti extraccionismo, anti racismo y la situación de una pandemia tan llena de suspicacias (que si surgió de un laboratorio o de los criaderos de animales para consumo alimenticio) nos incitan a tomar decisiones fuertes como cotidianas, con compromiso social.
Para el mundo del arte esto también vale y acompaña al mundo entero con su lenguaje propio.
En esta Tierra en la que escasea todo, hasta el tiempo, la urgencia me hace colgar por un rato los pinceles para probar otras formas de comunicar: hasta cuándo andaremos por acá.
1.- “Vacío y PLenitud”, Francois Cheng., biblioteca de ensayo, Ed. Siruela
2.- “Volverse público: las transformaciones del arte en el ágora contemporánea”, Boris Goys, Caja Negra Editora, Buenos Aires 2014
3.- “Objet trouveé u “objeto encontrado” es el término con el que Marcel Duchamp nombraba a los objetos industriales que utilizaba para sus obras llamadas ready mades.
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@mayrodriguezbosch