22 de marzo de 2021

Foucault, el poder y el sujeto como centro de su pensamiento

Sandra Uicich

Michel Foucault (15 de octubre de 1926- 25 de junio de 1984) fue un filósofo francés, formado en psicología y filosofía, profesor en diferentes universidades (Lille, Upsala, Varsovia, Clemont-Ferrand) hasta que a fines de 1969 asume como profesor en el Collége de France en la cátedra “Historia de los sistemas de pensamiento”, cargo que ocupará hasta su muerte. Los cursos dictados allí cada año lectivo se encuentran publicados y son verdaderos compendios de su pensamiento: El orden del discurso (conferencia inaugural), Lecciones sobre la voluntad de saber, El poder psiquiátrico, Los anormales, Defender la sociedad, Seguridad, territorio y población, Nacimiento de la biopolítica, Del gobierno de los vivos, La hermenéutica del sujeto, El gobierno de sí y de los otros, entre otros.
Entre sus principales obras podemos mencionar: Historia de la locura en la época clásica, Vigilar y Castigar, El nacimiento de la clínica, Historia de la sexualidad (3 tomos), Arqueología del saber, Las palabras y las cosas y numerosas compilaciones de conferencias y artículos así como entrevistas, gran parte aún no traducidas al español –publicadas en francés como Dits et Ecrits (4 tomos).
En 1971 integró el Grupo de Información sobre las Prisiones (GIP), que visita al año siguiente la prisión de Attica (Nueva York, EEUU). En 1978, como corresponsal en Iran del periódico italiano Corriere della Sera, escribe sobre la Revolución iraní. Ese año también visita Japón, da conferencias y realiza investigaciones sobre misticismo Zen, cristiano y budista. También dictó conferencias en Brasil y en Estados Unidos. Colaboró con el sindicato polaco Solidaridad, en 1981. Cuestionó al Partido Comunista Francés, convirtiéndose en un crítico de su accionar, y sostuvo una relación ambivalente con el pensamiento de Marx.
Su vida está signada por el compromiso político y una inteligencia brillante. Inteligencia y compromiso hacen de él un protagonista destacado de la filosofía contemporánea, dueño de una prosa absolutamente cautivante y creador de nuevas miradas sobre la medicina, el Estado, el sistema carcelario, la escuela, el capitalismo, el poder, etc.
El espíritu o la intención que animó sus investigaciones fue el análisis histórico de los modos de subjetivación del ser humano en nuestra cultura occidental y moderna. Foucault define la sociedad como una red de relaciones de poder. Todos estamos en una situación de poder y lo que interesa es “saber cómo en un grupo, en una clase, en una sociedad operan mallas de poder, es decir, cuál es la localización exacta de cada uno en la red del poder, cómo él lo ejerce de nuevo, cómo lo conserva, cómo él impacta en los demás, etc.” (Las redes de poder, p. 72). En “La Voluntad de saber” -tomo I de Historia de la Sexualidad – define el poder como ”la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización”, un juego de relaciones móviles y no igualitarias que a través de luchas y enfrentamientos incesantes, transforma, refuerza o invierte esas relaciones. Esas luchas por el poder vuelven efectivas o cristalizan institucionalmente ciertas configuraciones como hegemónicas; o por el contrario, generan contradicciones, estados de poder diferentes, pero siempre locales e inestables.
Para Foucault, el poder está en todas partes porque viene de todas partes, y se ejerce a partir de innumerables puntos. Esta concepción del poder relacional asume la puesta en marcha de estrategias o formas de comportamiento de los individuos que trascienden la mera sumisión o la rebelión frente a un poder omnipotente, represivo y centralizado. En este sentido, todos tenemos una “cuota de poder” –consciente o no, explícito o no- dependiendo de la situación, es decir, de la relación en un determinado contexto con otros agentes sociales. El poder conforma una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social. En este campo múltiple y dinámico de relaciones de fuerza se “producen” o “crean” dispositivos asociados a prácticas sociales, saberes y sujetos.
Foucault estudia la constitución de la sociedad occidental moderna, principalmente en los períodos que denomina época clásica (siglos XVII y XVIII) y época moderna (siglo XIX). El eje de su obra es el sujeto que se constituye en los diversos ámbitos en los que se ejerce el poder y se conforma el saber.
El poder es, en la perspectiva de Foucault: 1) múltiple, distribuido en muchos ámbitos, no está localizado en un lugar o en una persona o en un grupo; no es un poder centralizado, aunque es cierto que está desigualmente distribuído; 2) no tiene un solo origen o fuente, ni en la ley -el aparato jurídico- ni en la economía -la clase dominante económicamente-. Es decir, no es un poder jurídico o un poder económico, solamente; 3) es omnipresente, atraviesa todas las relaciones sociales y todas las instituciones, aunque esté distribuido desigualmente. Todos somos “portadores” de poder y todos estamos inscriptos en relaciones de poder. A esto le llama “microfísica del poder”; 4) es positivo: no es negación, ni prohibición, ni represión sino que produce efectos positivos, crea modos de ser sujetos, prácticas sociales y saberes a través de distintos mecanismos o dispositivos como la vigilancia, la sanción normalizadora, las distinciones discursivas –separaciones entre loco y normal, criminal y buen ciudadano, enfermo y sano, etc.; finalmente, 5) es invisible, se enmascara, y tiene éxito “en proporción directa con lo que logra esconder de sus mecanismos”. (La Voluntad de Saber, p. 105)
Las relaciones de poder que constituyen un entramado social son construidas, es decir, no naturales, porque si el poder es una red de relaciones o un entramado, estas relaciones, al igual que el sujeto, se constituyen. ¿Cómo se constituyen? En una sociedad donde predomina la lucha o el disenso -no el consenso. Además, las relaciones de poder son históricas, en un determinado espacio y tiempo, producto de las luchas históricas, y por lo tanto, varían con el tiempo. Y con un matiz marxista, Foucault afirma que las relaciones de poder son materiales, no sólo simbólicas: se “encarnan” materialmente en los cuerpos, los edificios, los objetos. Un ejemplo lo constituye el principio del panóptico, descripto en Vigilar y Castigar.
A través de su obra Foucault analizó la relación entre el sujeto, la constitución de la experiencia y la verdad, “de qué forma dominios como los de la locura, la sexualidad, la delincuencia, pueden entrar en un cierto juego de verdad y cómo, por otra parte, a través de esta inserción de la práctica humana, del comportamiento en el juego de la verdad, el sujeto mismo se ve afectado.” (El yo minimalista, p. 133). Se ocupó, además, de las resistencias al poder. “[Las resistencias] constituyen el otro término en las relaciones de poder.(…) nos enfrentamos a puntos de resistencia móviles y transitorios, que introducen en una sociedad líneas divisorias que se desplazan…” (La Voluntad de saber, p.117). Porque no hay poder sin que exista potencialmente rechazo o rebelión.
Foucault apuesta a un cambio en la política de la verdad que permita producir nuevas verdades, conformando nuevas subjetividades, nuevas prácticas sociales y nuevos saberes. Esta producción de nuevas verdades estaría posibilitada por: 1) la denuncia del carácter de producto de las verdades (científicas, sociales, políticas, etc.); 2) la denuncia de los condicionamientos sociales que hacen posible la producción de determinadas “verdades”; 3) la desnaturalización de las prácticas sociales y la explicitación de las relaciones de poder presentes en todas las relaciones sociales;y 4) la apuesta a una nueva relación con la “verdad”, entendida como construcción histórica y por lo tanto, modificable históricamente.
¿Podemos repensar nuestro presente tomando como punto de partida los análisis sobre el poder de Foucault? Sin duda, su propuesta es afrontar un análisis de las condiciones dentro de las cuales son conformadas o modificadas ciertas relaciones entre sujeto y objeto. Nos ha dado pistas para intentar una verdadera emancipación del mundo social. Sobre todo en sociedades como las nuestras, en las que los dispositivos de poder generan estrategias de dominación cada vez más sutiles y, por ello mismo, cada vez más eficaces. Cómo llevar adelante este cambio es una tarea pendiente. Foucault sólo dejó señales difusas.

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