por Viviana Beker
Cuando comencé a leer el libro “Deseo que venga el Diablo”, uno de los tantos de mi biblioteca virtual, me sorprendió desconocer a la autora y por lo tanto tampoco recordaba porque lo había adquirido casi al principio de la pandemia.
Mi sorpresa fue mayor al saber que Mary MacLane (1881-1929), su autora, lo había escrito a los 19 años, hace más de un siglo.
Según la escritora Hope Reese “Encendió un alboroto nacional, marcando el comienzo de una nueva era para las voces de las mujeres”; esto explicaría que recién en los años setenta, fueran las feministas las que la alabaran y recuperaran sus textos.
Para muchas de nosotras una desconocida, elogiada por Mark Twain, Clarence Darrow o F. Scott Fitzgerald. Vendió una cantidad enorme de libros en su primera edición, pero décadas después de su muerte, Mary MacLane siguió siendo ignorada, incluso en antologías también en su país de origen, Canadá.
Marta Peirano, considera que “sus lazos literarios y espirituales están con Claudine, con el Rimbaud de Una temporada en el Infierno y la Sylvia Plath que quería ser Dios”.
En un magnífico análisis del texto, realizado por Carlos Javier González Serrano afirma que: “podríamos catalogar su filosofía de sensualismo pesimista, no deja de declarar las maravillas del mundo. Pero, a la vez, invoca sin cesar al Diablo, que en su caso no personifica una deidad maléfica, sino más bien la culminación de la vida humana, y de la suya en concreto, como un escenario en el que se da una lucha muy particular: la que tiene lugar entre la aspiración a la felicidad más plena y la imposibilidad, siempre vivida, siempre sentida, de acceder a ella”.
“Volverse consciente de la felicidad como pérdida”, escribe Sara Ahmed en “La promesa de la Felicidad”. Esa “supuesta felicidad” que le exige a las mujeres renunciar en su nombre a la imaginación, el deseo, la curiosidad. Ese “volverse conscientes” es pensar desde el feminismo. Marie Mc Laine no solo no renuncia a nada de ello, sino que por el contrario, son parte de la felicidad que busca, espera y deposita simbólicamente en el diablo.
En el año 2015, Seix Barral, editó “Deseo que venga el diablo” , con prólogo de la escritora Luna Miguel. “Hay escritores a los que debería estar prohibido llamarlos sólo escritores, y su destino en realidad es el de convertirse en nuevos estandartes, en ídolos que brillan entre la niebla, en brujos que miran el hueco aparentemente vacío de sus manos y nos advierten a todos: aquí hay una tremenda hoguera.”…»Ella era muy joven, y también era muy voraz, y aunque sólo parecía una chiquilla lúcida con una escritura nueva que oscilaba entre la poesía y la memoria, su libro no tardó en convertirse en un puñetazo en el estómago a la literatura de su época”
Su ambición de darle al mundo su propio retrato- no lo define como diario- que describe con un corazón de madera y un buen cuerpo que agradece al diablo, debería figurar en los más potentes ejemplos de una literatura que cuestiona los conceptos con los que se han construido las experiencia que atraviesa la mujer, anticipando su crítica – 6 años al nacimiento de Simone de Beauvoir- a lo que parecía el destino y la búsqueda matrimonial de casi todas las muchachas..
Percibo en muchos fragmentos de su escritura ese “Dar cuenta de la huella animal” de su voz, que menciona Julieta Yelin en “Biopoéticas para las biopolíticas”. En cada una de las páginas desafía aquello que se considera valorado en el discurso vigente, como el bien, la verdad o el alma.
Su valoración del placer y el arte de comer, se expresa plenamente en una magnifica descripción de su goce al comer una aceituna, es una bella, poética, digestiva manera de saltar por encima de las dicotomías: cuerpo/alma, al mecer el placer en jugos gástricos.
Si lo preestablecido era pensar en el alma como soberana sobre el cuerpo pero sometida a Dios, en ella, es el Diablo, símbolo de la voluptuosidad, el placer y la felicidad prometida quien ejerce ese lugar soberano. Y a pesar de su dolor, o quizás sumergida en él, aparece en cada página la potencia de la vida dentro de la literatura y no a la inversa.
Desparpajo, narcisismo, inteligencia, humor, provocación, he aquí, una escritora “maleza” que en 1902 hace un culto de pensar el pensar, contra todo pensamiento hegemónico, contra toda norma, incluida la heterosexual al manifestar la atracción sexual que siente por la profesora Corbin, a la que llama Dama de las Anémonas. Un amor que surgido de “las misteriosas sensibilidades de su naturaleza de mujer” le provoca dolor y placer y cuestiona que sea solo el hombre quien pueda enamorarse de una mujer.
La virtud, que deriva del vocablo latino vir, varón, es despreciada con su manera de decir: visceral, elocuente, -no solo porque se define como “un genio, una ladrona, una mentirosa, una vagabunda de moral dispersa o necia,”- sino también cuando afirma: “Ojalá nunca me convierta, ¡horror!, en un animal tan anormal y despiadado, en esa monstruosidad deforme: la mujer virtuosa”.
Finalizo mi lectura de Deseo que venga el Diablo, sabiéndola a horcajadas sobre un corcel en pos del mundo. No sé si la fama, no sé si multitudes, pero yo estoy boquiabierta.
“Dejadme siquiera que empiece, siquiera dejadme que golpee al mundo en un punto vulnerable, y lo tomaré al asalto. Dejadme siquiera ganarme los galones y ya me veréis —de condición femenina y joven—, valiente, a horcajadas sobre un corcel en pos del mundo, con la Fama pisando los cascos de mi montura, entre multitudes boquiabiertas”
Fragmentos del libro Deseo que venga el Diablo:
El tiempo de la infancia va aparte. Es la época del Plantar y el Sembrar. Es el Principio de las cosas. Y dicta si ha de haber luminosidad o amargura en los largos años venideros.
He dejado esa época muy atrás. Nunca volverá. Y tenía una Vaciedad, ¿me oís?, ¡una Vaciedad! ¡Ay, qué lástima, una auténtica lástima!…
Siempre habrá una carencia, una querencia: un puñado de ramas muertas en las que nunca brotaron hojas.
No son las muertes, los asesinatos, los ardides ni las guerras los que hacen de la vida una tragedia. Es la Nada lo que la hace tragedia
.Es una manita bronceada que se alarga y que Nada recibe.
“Si hubiera nacido hombre, ya habría dejado una impronta profunda de mí misma en el mundo, al menos en alguna parte. Pero soy mujer, y Dios, el Diablo, el Destino, o quien fuera, me ha desollado, me ha despojado del grueso pellejo exterior y me ha arrojado en plena vida: he quedado como un ser solitario, maldito y lleno de la sangre roja rojísima de la ambición y el deseo, aunque temeroso de que lo toquen, pues ya no hay pellejo grueso entre mi carne sensible y los dedos del mundo. Pero deseo que me toquen”
Me siento afortunada por no ser de esos que nacen lastrados por un sentido del honor y la virtud que siempre ha de preceder a la Felicidad. Son muy pocos los que encuentran la Felicidad en la Virtud. Los demás deben alegrarse de verla partir Pero conmigo la Virtud y el Honor no valen de nada.
Anhelo lo indecible la Felicidad. Y por eso deseo que venga el Diablo”.
“Ay, Diablo, Destino, Mundo…, ¡que alguien me traiga mi cielo rojo! Sólo por una fracción de segundo, y me daré por satisfecha. ¡Tráemelo de un rojo intenso, intensamente pleno y vivo! Todo lo breve que queráis, pero rojo, rojo, ¡rojísimo!
Y estoy hastiada, ¡hastiada! y, ¡deseo mi cielo rojo! Por breve que sea, su recuerdo y su fragancia permanecerán siempre conmigo…, ¡siempre! Tráeme, Diablo, mi línea roja de cielo por una hora y llévatelo todo, ¡todo!…, todo aquello que poseo. Déjame conservar mi Felicidad por una hora escasa, y arrebátamelo todo para siempre. Me daré por satisfecha cuando haya llegado la Noche y no me quede nada. Te espero, Diablo, en un frenesí desquiciado de impaciencia”
“ La Felicidad, para quien no lo sepa, es de tres
Está la felicidad que dan unos pies recién lavados, por ejemplo, enfundados en un par de medias limpias, sobre todo después de una larga caminata por el campo. Siempre he identificado este tipo de felicidad con un gato azul que hundiera una lengua voraz, sigilosa y sensual en un cuenco de espesa nata fresca.
Está asimismo la felicidad queda que me han suscitado las pocas ocasiones que he estado con mi única amiga…, y que va de maravilla con las gentes de sentimientos moderados. No necesitan desear nada más. Serían incapaces de apreciar nada más profundo.
Y luego está esa clase de felicidad que da el rojo sol de poniente. Hay algo terrible en la idea de esa Felicidad loca e indescriptible. ¡Qué tremendo para un ser humano ser feliz, con la Felicidad roja rojísima del sol de poniente!
Es como una tormenta bárbara de verano, con lluvia y viento, que convierte agua queda en olas salvajes a golpe de golpe, que dobla árboles inmensos hasta el suelo, que convulsiona la tierra verde con un dolor delicioso…
Es como una pieza de Schubert tocada al violín que te remueve por dentro hasta convertirse en una tortura exquisita.
Es como cuando la voz humana divina canta una balada escocesa de una forma que te arranca el alma del cuerpo.
Pero no hay palabras para describirla. Es algo que sobrepasa y va infinitamente más allá de las palabras. Es la clase de Felicidad que el Diablo me traerá cuando venga… ¡A mí, a mí! Ay, ¿por qué no viene ya, ahora que estoy en la flor de la juventud? ¿Por qué se demora tanto?”
“Bajo cada techo viven un hombre y una mujer unidos por ese hilo finísimo que es el sacramento del matrimonio…, y por sus hijos, el resultado del sacramento en cuestión.
¿Cuántos de ellos se aman? Ni dos de cien, a fe mía. El sacramento del matrimonio es la penosa excusa barata que se dan para vivir juntos.
Este rito de casarse, al parecer, suele utilizarse como un manto con el que tapar un mundo de cosas más bien bochornosas.
Qué virtuosa es esta gente, sin duda, bajo sus distintas parhileras. Tan virtuosos que incluso se vanaglorian sin reparo de su propia pureza, cuando se encuentran con un rincón que escapa al sacramento del matrimonio. Tan virtuosos son que los hombres pueden permitirse hallar divertimento y distracción aprovechándose de las calamidades de ese rincón que escapa al rito del matrimonio, mientras las mujeres se alejan, a un tiempo espantadas y asombradas por que puedan existir tales cosas, tan inmaculada es su virtud.
Y así viven bajo esos techos, y comen, trabajan, duermen y mueren; y los hijos crecen y se buscan otros techos, e incluso invocan el sacramento del matrimonio como sus padres antes que ellos…, y entonces ellos también comen, trabajan, duermen y mueren; y así por los siglos de los siglos.
Eso también es vida: la de los cristianos buenos y virtuosos. Pienso, en consecuencia, que preferiría una vida que no fuese virtuosa.
Nunca haré uso del sacramento del matrimonio. Por la presente dejo constancia de mi promesa, al Diablo, a tal efecto”.
Tiene un encanto indecible ser un animal joven y sano que habita esta tierra encantada Entonces me tumbo boca arriba y estiro mi esbeltez liviana todo lo que puedo, como una puma desperezándose. Siento una profunda gratitud hacia el Diablo por mis dos buenas piernas y su total disfrute bajo una falda corta cuando, como en esos momentos, me alejan de la intolerable civilización y de la gente tediosa e insulsa